jueves, 21 de mayo de 2020

ROMANCE DEL CONFINADO. Juan José Gómez Ubeda

Fue un catorce de marzo / cuando saltó la noticia,
que por culpa de ese virus / a todos confinarían
sin salir de nuestras casas / ni de noche ni de día,
para evitar los abrazos / y en los besos la saliva,
y también todo contacto / aún con gente conocida
pues del virus no se sabe / donde está y donde habita,
que lo mismo está en el suelo / o el aire que se respira,
de ahí el confinamiento / de ahí estas medidas
a ver si aburrido el virus / con viento fresco se pira
y deja de contagiarnos / y de nosotros se olvida.

Quédate en casa, dijeron / que el contagio así se evita,
quédate en casa dijeron / y yo me quedé en la mía
y si tengo que salir / ha de ser con mascarilla,
más difíciles de encontrar / que el tesoro de los Incas
y las pocas que se encuentran / no son nada baratillas.

Pero a pesar del encierro / nos dejan ciertas salidas
para salir a comprar / cosas que se necesitan,
ocasión que aprovechamos / para ponernos las pilas
pues como españoles vamos / con picaresca añadida,
que igual compramos el pan / donde no hay panadería,
o nos falta ibuprofeno / para ir a la botica,
o acercarnos al banco / a actualizar la cartilla,
pero son sin duda alguna / a los Super la salida
que más apetece ir / y no siempre a por comida
porque en un principio eran / cual si fueran droguería
donde el papel de váter era / la pieza más perseguida.

Y así pasó el mes de marzo / y abril luego lo haría,
pero llegó el dos de mayo / vaya fiesta conocida,
en Madrid levantamiento / San Segundo en nuestra Villa,
qué fecha tan señalada / que fecha tan escogida
para dejarnos salir / tan sólo una vez al día,
por la mañana o la tarde / como mucho dos horillas,
sin poder llegar más lejos / que a la vuelta de la esquina,
pues poco da un kilómetro / que es lo que se autoriza
para dar este garbeo / para esta vueltecilla,
así me voy preparando / para esta breve salida,
una vuelta por el barrio / que menos nos da una china.

Como según se nos manda / y evitar las estampidas
nos clasifican por grupos / cada grupo una salida,
con horarios separados / con horas establecidas,
por un lado, paseantes / y también los deportistas,
y los mayores aparte / de setenta para arriba,
quedando luego los niños / que han de ir con compañía.

Como yo tengo setenta / cumplidos hace unos días,
 podré sólo caminar / junto a gente envejecida
 – y conste que no lo digo / de forma peyorativa,
pues mis respetos merecen / los ahora coleguillas–
y ya no podré mirar / a esas chicas carreristas
con sus colas de caballo / meciendo de abajo arriba,
con sus gráciles zancadas / con sus corvetas felinas,
muchachas que pueden ser / las futuras policías,
o son simplemente atletas / que corriendo entrenarían.

Sin poder dar un garbeo / tras casi cincuenta días
ha llegado ya el momento / de la primera salida,
la primera caminata / la primera correría,
aunque lo llamen paseo / pues así se especifica
en las normas que nos dan / y así están establecidas.

Lo llamen como lo llamen / lo digan como lo digan,
yo me dispongo a salir / provisto de mi mochila,
que no es por postureo / es para llevar cosillas
que si van en los bolsillos / dan de sí y estos se inflan,
que además de hacer muy feo / molestan si se camina,
y no es cosa de nombrarlas / porque larga sí es la lista.

Y estando yo disfrutando / de mi primera salida
en esplendida mañana / con un sol que relucía
vi pasar junto a mi lado / un coche de policía
con dos agentes a bordo / uno de ellos femenina,
que se bajaron del coche / y hacia a mí vi que venían,
los dos bien pertrechados / los dos con la mascarilla,
cosa que yo no llevaba / pues incómoda la veía
y al no ser obligatoria / la guardaba en la mochila.
Y si no es obligatoria / qué querrá la parejilla,
habré infringido otra norma / o una falta cometida
o a lo mejor sólo quieren / desearme buenos días.
Tras el oficial saludo / pidieron con cortesía
les mostrara el documento / que me identificaría,
petición que me extrañó / pues la causa no sabía,
pero no tuve problema / en atender su pedida,
y así me puse a buscar / la pequeña carterilla,
donde guardo el “de ene i” / que el agente solicita.
Cuando por fin doy con él / pues no fue cosa sencilla,
entre tanto cachivache / que llevaba en la mochila,
se lo entrego a los agentes / que con detalle lo miran
y con gesto de extrañeza / aclaración solicitan,
pues parece que mi aspecto / no se ajusta al de la ficha,
que debe haber un error / en la edad que allí se fija.
¿Tiene usted setenta años? / me preguntó el policía,
así es, señor agente / y cuarenta y nueve días,
que es el tiempo que llevamos / encerrados en casita,
pues ya fue casualidad / que fuera cuando cumplía
los setenta años primeros / el día que nos confinan,
domingo quince de marzo / fecha que no olvidaría,
pues tuve que celebrarlo / sin ninguna compañía.
Ante esta afirmación / exclamó la policía,
la verdad que no aparenta / los años que yo decía,
y que vienen anotados / en el libro de familia,
¡qué ya tiene usted setenta! / eso nadie lo diría 
al verle tan desgarbado / con los pelos hacía arriba,
totalmente alborotados / que si de cerca se miran
se observa que esa melena/ más que pelo es pelusilla,
y además con esa barba / por lo menos de tres días,
de dejadez dan aspecto / y de un poco de desidia.
Por eso al verle pensamos / este señor que camina
lo hace fuera de su horario / no a su hora permitida,
pues no parece mayor / más que nada por su pinta.

Disculpas, pues, le pedimos / dijeron los policías,
por haber interrumpido / su jornada matutina
así que usted siga bien / y que tenga usted buen día,
pero permita un consejo / me espetó la señorita,
échese crema solar / que la piel sino se irrita,
que este sol primaveral / nos engaña y nos despista,
creyendo que no nos quema / pues no tomamos medidas
y al final nos deja el cuerpo / cual si fuera tomatina,
y póngase algún sombrero / o una gorra deportiva,
que conviene llevar siempre / la cabeza protegida,
fue su último consejo / de este par de policías.
Agradecido les quedo / respondí con cortesía,
por tan sensatos consejos / que nada mal me vendrían,
ya que rojo yo me pongo / cuando el sol es de justicia,
así que tendré que comprar / una crema en la botica
o en cualquiera de los Super / sección de perfumería,
y en cuanto a gorra o sombrero / tomo nota enseguida
y una gorra ahora me pongo / que una llevo en la mochila.
Como estaba algo cansado / y el tiempo ya se cumplía,
decido volver a casa / y la marcha ya finita,
que tanto tiempo parado / se nota si se camina,
aunque sea a un paso lento / y no se ande deprisa,
que a la falta de ejercicio / el cuerpo casi se oxida
y aparecen agujetas / y duelen las pantorrillas,
técnicamente gemelos / si lo dice un deportista.
Y con estas finalizo / esta primera salida,
con la extraña sensación / de una aventura vivida,
que tantos días de encierro / desborda la fantasía,
así que yo me recojo / ¡mañana será otro día!


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