miércoles, 28 de enero de 2015

Lectura Convento de las Carmelitas


Inmensa alegría es para una madre visitar a sus hijas, así como una hija ir a la casa de su madre.
Alegría y satisfacción que siento en estos momentos tanto como madre y como hija.
Nunca dejé pasar la oportunidad de visitar los conventos ya fundados, los nuevos palomares.

Nunca dejé de interesarme por la salud, física y espiritual, de las hijas, de las palomas, que iba dejando en esas casas que con tanto esfuerzo y tesón se lograban abrir.

Siempre aproveché la ocasión para agradecer a nuestra madre, a nuestra señora, la protección, amparo y auxilio que nunca nos faltaron en los más arduos momentos de nuestro caminar en busca de nuevos hogares de oración y recogimiento.

Y ahora, en un nuevo camino, tengo la oportunidad de visitar, en esta ciudad compostelana, a unas hijas que siguieron los pasos de esas pioneras que iban vistiendo el nuevo hábito del Carmelo Descalzo.
De unas hijas que confiaron en esa madre María Antonia de Jesús como confiaron en mí aquellas que dejaron sus casas y conventos para seguirme cambiando sus hábitos por otros de jerga basta de color negro y toca de lienzo rudo no blanqueado, embutiendo sus pies en alpargatas de cuerda y cáñamo, convirtiéndose así en monjas descalzas.

Difícil era pensar que aquel 24 de agosto de 1562, festividad de San Bartolomé Apóstol, iba a marcar una fecha que sería recordada como un hito que marcaría los nuevos caminos que irían tejiendo una tupida red de conventos a lo largo de España y del mundo entero.

Difícil era pensar que aquella casita en uno de los barrios extramuros de Ávila sería el primer convento de los muchos que se irían fundando a partir de ese momento.

Difícil era pensar que aquella llamada por medio de una campanita rota comprada a precio de saldo por su defecto sería la primera de las muchas que ahora anuncian la existencia de comunidades de carmelitas.
Difícil era, pero Nuestra Señora del Carmen nunca nos abandonó y nos guio los pasos para ir extendiendo esos nuevos hogares donde el silencio y la oración era la mejor forma de servir a Dios.

Y de nuevo es Nuestra Señora la que me recibe en esta casa donde aún resuena el eco de la Madre Antonia, de esa monjita del Penedo que, con la misma fe e ilusión que nosotras, supo salvar las dificultades que se la presentaron para poner los cimientos de una comunidad de carmelitas que hacía realidad su sueño tantos años anhelado.
Gracias Madre Antonia por vuestro empeño y tesón.

Gracias por expandir el Carmelo Descalzo por donde nosotras no tuvimos la oportunidad de hacerlo.
Gracias por acoger a estas hijas que, junto a la vida contemplativa, ponen, con su trabajo, su granito de arena para hacer de su casa un palomar donde puedan revolotear libremente sus palomas.
Qué mayor alegría para una madre poder visitar a sus hijas.

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