El romance
“El caballero y la muerte” se convierte en el romance “El niño y el agente” a
raíz de la primera salida de los niños tras seis semanas de confinamiento.
Estaba yo
reposando / anoche como solía,
soñaba con mis
paseos / por la tarde y por el día;
vi entrar persona
tan alta / más que la torre de Pisa,
su aspecto
imponente era / y un traje caqui vestía.
Por donde has
entrado amigo / en esta la estancia mía.
Yo no soy ningún
amigo / sólo soy un policía
que viene a ver
si cumples / la norma establecida
que sólo puedes
salir / de paseo una horilla.
¡Ay! agente
riguroso / no controles mi salida,
déjame salir más
tiempo / que en ello me va la vida
y en una hora no
llego / ni a la vuelta de la esquina.
De eso nada,
monada / la norma está establecida,
una hora de paseo
/ y sólo una hora al día
y te recuerdo
además / que has de ir en compañía
de una persona
adulta / que contigo en casa viva,
y no tienes que
tocar / ni bancos ni barandillas,
tampoco podrás
entrar / en los parques todavía
y lavarte bien
las manos / con jabón de glicerina.
Ante tanta
restricción / le pido a la yaya mía
que me acompañe
al paseo / para hacerme compañía;
y ya los dos en
la calle / andamos no muy deprisa,
pues la yaya
tiene achaques / y le duelen las rodillas
y de tanto tiempo
en casa / está más que entumecida;
y cuando por fin
llegamos / donde jugar yo podría
aparece el
susodicho / agente de policía
que cogiéndome
del hombro / me dijo con simpatía:
vamos a casa,
muchacho / la hora ya está cumplida.
Desperté
sobresaltado / de esta extraña pesadilla
en la que yo era
un niño / y no de edad tan cumplida.
Juán José Gómez Úbeda
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