jueves, 20 de enero de 2011

A SANTIAGO POR AVILA (TORNADIZOS DE AVILA)


En tierras de conversos
La tercera etapa se acerca a la capital abulense, haciendo parada en Tornadizos de Ávila, un topónimo con reminiscencias religiosas, en uno de cuyos parajes apareció una fabulosa concentración de verracos


Una vez pasada la ermita de Nuestra Señora de la Antigua el peregrino inicia la subida al Puerto de El Boquerón, lo hace primero por una senda un tanto pedregosa, que dificulta de cierta manera su caminar, para atravesar seguidamente una pradera que le conduce hasta un camino que, por bajo de la sinuosa carretera, le lleva hasta el alto del puerto. El peregrino camina al principio junto a una reses que se interponen en sus camino; el peregrino sabe, por qué así le han informado, que no son bravas y que si no se les molesta no son peligrosas, por lo que hace como si no las viera, aunque durante un largo trecho tenga que caminar detrás de una vaca como si le guiara por ese abrupto camino. Una vez abandonada la inesperada compañía, el peregrino, tras atravesar la pradera y embarrarse algo las botas, pasa bajo un puente que cruza la carretera e inicia el último trecho, posiblemente el más duro, tanto por la pendiente como por el calor que ya comenzaba apretar.

En el alto del puerto, el peregrino lee el cartel que le indica que se encuentra a 1.320 metros de altitud y piensa que este paso debió ser frecuentemente transitado en el camino de Ávila hacia el valle, aunque el Camino Real pasara por el puerto de las Pilas. El peregrino recuerda los rallyes que hace unos años se celebraban en este puerto y que, sin duda, harían las delicias de los intrépidos automovilistas.
Desde el alto del puerto, el peregrino continúa su camino siguiendo las flechas amarillas que le conducen hacia Tornadizos de Ávila, pueblo que no figura en antiguas guías del Camino Levante-Sureste, pero que actualmente está incluido con el fin de evitar la peligrosa carretera que baja hacia Ávila. El nombre de Tornadizos le recuerda al peregrino esos topónimos de repoblación acabados en «os» y que atendiendo a la filiación de los repobladores daban nombre a la población, nombres como Gallegos, Castellanos o, como en este caso, Tornadizos, que se referían a los conversos judíos que abandonaban la religión cristiana o atendiendo a la documentación alto medieval los antropónimos árabes que se referían a los tornadizos cristianos que se convirtieron al Islam durante la invasión. Asimismo Tornadizos aparece como lugar en el Vecindario de Ensenada de 1759 en donde se recogen todos los núcleos de población clasificados en ciudades, villas y lugares.
Al peregrino le parece una idea estupenda que el Camino pase por Tornadizos antes de llegar a Ávila, ya que la etapa es larga y si el calor aprieta no viene nada mal tomarse el necesario refrigerio, a ser posible en algún bar en donde la experiencia le dice al peregrino que seguramente encontrará, amén de un bocadillo y un vaso de vino, una agra-dable conversación que, como ya le ha ocurrido en otras ocasiones, enriquecerá su bagaje cultural con lo que le cuenten sus cordiales contertulios. En esta ocasión el peregrino tiene la suerte de encontrarse con Isabel en el bar El Patio, junto al Ayuntamiento y frente a la iglesia parroquial. Isabel da la casualidad de que es la alcaldesa y resulta que está encantada de que por su pueblo pasen y se detengan los peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela, por lo que no sólo invita al peregrino, si no que se ofrece amablemente a enseñarle un verraco que se encuentra en la Plaza de la Fuente, un verraco al que le faltan la cabeza y las piernas y que fue descubierto en el Cerro de los Garduños, cerca de Tornadizos.
Al peregrino no le extraña que en Tornadizos haya un verraco vetón y piensa que tendría que haber más, ya que por esta zona, en la Dehesa de la Alameda Alta, en su término municipal, se descubrieron una veintena de ejemplares alienados, al modo de los Toros de Guisando, que están documentados en el Catálogo de esculturas de la provincia de Ávila y están recogidos en el libro ‘Los Vetones’ de Álvarez Sanchís.
El peregrino recuerda que fue el arqueólogo Juan Cabré el primero que habló de estas esculturas zoomorfas que se descubrieron en la citada Dehesa de la Alameda Alta y el que planteó la hipótesis de que al estar situados en fértiles prados, lejos de poblados, se trataría de símbolos protectores de ganados y de las tierras en donde pastaran, aunque existan dudas sobre esta interpretación al tratarse de un número elevado de ejemplares y de diversa época, morfología y tamaño, ya que, según el catálogo, aproximadamente la mitad son de pequeñas dimensiones, algunas con inscripciones romanas y no están caladas entre el plinto y el vientre del animal, mientras que otras están entre el metro y medio y los dos metros de longitud y con características distintas, con funciones, sin duda, diferentes, pero que finalmente se colocaron en esa dehesa con esa finalidad protectora de la que habló Cabré y de la que el peregrino, como ya hizo en los Toros de Guisando, se hace partícipe. Algunos de estos verracos se encuentran actualmente en la misma dehesa mientras que otros están desperdigados por jardines de diversos palacios abulenses, recordando el peregrino el que se encuentra en los jardines del Parador de Turismo de Ávila o el de plaza de Concepción Arenal, insistiendo que alguno de ellos debería de estar en alguna plaza de Tornadizos de Ávila.
El peregrino abandona Tornadizos por el antiguo camino de Toledo desde donde ya divisa la ciudad de Ávila, y tras atravesar el complejo hotelero Ávila Golf y un poco más adelante el Puente de Romanillos, sobre el río Chico, las inevitables rotondas le indican que se encuentra ya en la capital abulense.

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