jueves, 20 de enero de 2011

A SANTIAGO POR AVILA (AVILA)



LA HISTORIA QUE NO PUDO SER.
Esta nueva etapa, ya en la capital, obliga al peregrino a visitar el Real Monasterio de Santo Tomás, una obra de gran importancia debido a la historia que guarda entre sus muros, a su belleza y a su Museo Oriental
Monasterio de Santo Tomás


Una vez pasado el puente romano de Romanillos, en una de las rotondas que le indican que ya se encuentra en la capital abulense, el peregrino ve unas ruinas de lo que fue la antigua ermita de la Virgen de las Aguas. Una ermita que, según afirma María Cátedra en su ensayo «La ciudad y su tierra: la Virgen de Sonsoles» publicado en el 2001 en la Revista de Antropología Social, acogía a la imagen grande de Sonsoles cuando se la traía a Ávila para las rogativas en tiempos de sequía, de ahí el nombre de Virgen de las Aguas.
El peregrino, cuando visita ciudades con un gran patrimonio artístico, histórico o cultural, se tiene que conformar con lo que llama «una degustación» ya que, como es natural, no dispone del tiempo necesario para visitar y conocer como le gustaría esas ciudades que salen a su paso en su peregrinar hacia Santiago, dejando para más adelante, para cuando su tiempo y circunstancias se lo permitan, una visita con más calma de esos sitios que, por un motivo u otro, han dejado cierto poso en su memoria.

El Real Monasterio de Santo Tomás es lo primero que se encuentra el peregrino en su caminar hacia el albergue en donde piensa pernoctar, sabiendo que visitarlo es adentrarse en la Historia de España, de la que fue y de la que pudo ser, pero sabiendo también que su visita se tiene que ceñir a unas breves pinceladas, pues aún es mucho lo que le queda por ver antes de alcanzar el merecido descanso.
El peregrino se encuentra ante una fundación de un convento que, bajo la Observancia de la Orden de Santo Domingo, estaría dedicado a Santo Tomás de Aquino con las rentas que Hernán Núñez de Arnalte, tesorero de los Reyes Católicos, otorgó por poder a favor de su esposa María Dávila y de Fray Tomás de Torquemada para este fin en 1480. Poniéndose la primera piedra el 11 de abril de 1482 bajo la dirección de Martín de Solórzano, una vez que los Reyes Católicos obtuvieron la bula pontificia concediendo la licencia para la fundación del convento.
Gran importancia debió de tener esta fundación, piensa el peregrino, cuando las rentas se fueron incrementando considerablemente, tanto por donativos particulares como por concesiones reales, llegándose hasta el punto de que los Reyes Católicos se reservaron el patronato de la capilla mayor de la iglesia como lugar elegido para la sepultura de su hijo, el Príncipe Don Juan, muerto en 1497 apenas cumplidos los 19 años.
Pero no solo este luctuoso suceso relaciona a la monarquía con el monasterio. Antes los Reyes habían mandado edificar un palacio que estuviera integrado en el conjunto monástico, palacio de verano que hoy día forma parte del monasterio y en cuyas dependencias informan al peregrino que está ubicado el Museo de Arte Oriental con obras traídas por los Dominicos de China, Japón, Vietnam y Filipinas.
Significativo es para el peregrino que el escudo de los Reyes Católicos presida la fachada principal de la iglesia, un escudo bastante deteriorado en su opinión, aunque sea capaz de apreciar con más o menos nitidez el yugo y las flechas, símbolo de la unión Y&F. Pero más significativo es cuando el peregrino observa como esa decoración típica abulense de las bolas de granito, esas perlas isabelinas son sustituidas en la portada por granadas con sus ramos como alegoría a la toma de Granada, coetánea con la construcción del templo. Granadas que se irán abriendo según va avanzando la conquista de Granada, hasta el triunfo final en donde las granadas aparecerán completamente abiertas.
En la portería del monasterio informan al peregrino que si quiere visitar la iglesia lo debe hacer pasando por los tres claustros que hay en el monasterio, y lo hace primero por el sencillo y austero claustro del Noviciado. Pasando al claustro del Silencio, profusamente decorado con esas granadas de las que habló anteriormente el peregrino y con relieves del yugo y las flechas, relieves que Gómez Moreno calificó de mezquinos, para finalizar en el claustro de los Reyes, de estilo renacentista con una abundante decoración de las ya familiares bolas o perlas que están acompañando al peregrino prácticamente desde que entró en la provincia de Ávila. Una de las cosas que más llama la atención al peregrino es la diversa tipología que muestran los arcos que ve en los tres claustros y en el resto de las dependencias del monasterio: arcos de medio punto, escarzanos, carpaneles, ojivales, en fin, una variedad que bien pudiera considerarse como un tratado de arquitectura.
Al peregrino le hubiera gustado detenerse algo más en los claustros, como le hubiera gustado realizar una visita más detallada, sobre todo, a la iglesia. Pero el tiempo es el que es, y en este caso aprieta al peregrino, por lo que se tiene que conformar con dar una vuelta por la amplia nave cubierta con complejas bóvedas de crucería características de finales de la Edad Media. Con echar un rápido y somero vistazo al elevado retablo que representa la vida de Santo Tomás, obra de Pedro Berruguete y que influyó en el Cabildo Catedralicio para encargarle el retablo de la Catedral abulense. También se tiene que conformar con contemplar el sepulcro de Núnez de Arnalte y su esposa en una de las capillas , pero sobre todo el magnifico sepulcro renacentista del hijo de los Reyes Católicos, el Príncipe Don Juan, realizado entre 1511 y1512 por Domenico Fancelli que recibió el encargo de realizar la última voluntad de Isabel de Castilla, que dispuso en su testamento que se labrara un sarcófago de mármol.
El peregrino, leyendo las virtudes del príncipe en la trascripción del epitafio colocado a los pies del sepulcro, piensa que es una suerte poder contemplar este extraordinario mausoleo después de los diversos avatares que ha sufrido la iglesia. No así la verja de plata que le rodeaba, que fue quitada por las tropas francesas en 1809 cuando profanaron la tumba, preguntándose el peregrino si alguna vez se conocerá el paradero de los restos del príncipe entonces exhumados.
Contemplando este sepulcro le viene al peregrino el recuerdo de ese tratado que se firmó en la venta de los Toros de Guisando por lo que Isabel fue nombrada heredera al trono de Castilla, principio de un proyecto que se vio truncado con la muerte de su único hijo varón, preguntándose el peregrino como hubiera sido la historia de España si el malogrado príncipe hubiera sido rey.
El peregrino continúa su camino sabiendo que ha sido mucho lo que ha dejado de ver y conocer de este monasterio, pero sintiéndose satisfecho de los conocimientos que se lleva de este Real Monasterio de Santo Tomás.

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