jueves, 20 de enero de 2011

A SANTIAGO POR AVILA (AVILA II)


PARA CREER EN MILAGROS
El peregrino abandona este arrabal de Ávila pensando en la paradoja de que alrededor de esta iglesia de origen románico se fueran asentando a lo largo de la Baja Edad Media los moriscos abulenses


Ya en la ciudad de Ávila las flechas amarillas indican al peregrino por donde tiene que callejear para llegar al albergue, y las flechas amarillas le conducen primeramente a la iglesia de Santiago, situada en el arrabal que lleva su nombre.
Poco antes de llegar a la iglesia el peregrino pasa ante un bar que se llama ‘El Cruce’ y como el nombre le parece sugerente para un caminante, decide entrar para tomarse un pequeño tentempié, dando la casualidad de que unos parroquianos están hablando sobre antiguos caminos perdidos por sus pueblos y que ahora se están intentando recuperar, pareciéndole al peregrino estupendo que se hable de los caminos en estos tiempos tan motorizados. Antonio, el dueño, le dice que por su puerta pasan bastantes mochileros que le gustaría que entrasen, aunque reconoce, porque así se lo explica el peregrino, que seguramente tendrán prisa por llegar al lugar de descanso después de haber estado va-rias horas caminando cargados con la pesada mochila. Tras pasar por una angosta calle el peregrino se encuentra con la magnífica mole de la iglesia de Santiago en la que a primera vista destaca su octogonal torre que en 1803 sufrió un hundimiento, reparándose el cuerpo superior de campanas con ventanas de me-dio punto y moderno chapitel de pizarra.

La iglesia de Santiago fue en su origen románica y debió tener gran importancia en la ciudad ya que en la crónicas medievales era la parroquia más nombrada donde, según la tradición, velaban sus armas los caballeros de la Orden de Santiago y eran enterrados algunos de los adalides más importantes de la ciudad, como Gómez Jimeno o Nalvillos Blázquez, cuyo cuerpo fue encontrado realizando una obras según señala el Padre Ariz en su «Historia de las Grandezas de la ciudad de Ávila», aunque en este punto el pere-grino quiere ser cauto y no tomarse al pie de la letra la información que suministra este historiador.
De la antigua iglesia románica poco puede ver el peregrino ya que fue completamente reformada por el obispo Fray Francisco Ruiz a principios del siglo XVI cuando el arte gótico estaba dando paso a un nuevo orden arquitectónico, desatancando de nuevo esas ya familiares bolas isabelinas que decoran las impostas y cornisas del templo así como la combinación del granito con la rojiza piedra primitiva que el peregrino ve tanto en la torre como en sus muros. Al amplio atrio que bordea a la iglesia el peregrino entra por uno de los accesos cuyas basas laterales, rematadas por grandes bolas, están decoradas en sus caras con calabazas y vieiras jacobeas, con la fecha de1714 inscripta en una de ellas.
En su habitual vuelta exterior, el peregrino destaca la esbelta cabecera poligonal de dos cuerpos, no así la pobre portada sur, un poco abandonada en su opinión, pero lo que más le atrae es la imponente vista de la iglesia con sus potentes y esbeltos contrafuertes desde las Covachuelas, antiguo barrio situado a los pies de la iglesia integrado por pe-queñas casas asentadas en una empinada ladera donde destacan los altos arcos de grani-to de las antiguas Paneras del Rey, casucas que han sido sustituidas por modernas edifi-caciones en los años 90.
El peregrino accede al interior de la iglesia por un pequeño pórtico con portada rena-centista y con reminiscencias góticas en su abovedamiento de crucería, portada que está decorada con vieiras grandes en su cornisa y con bordones y calabazas formando aspas junto con vieiras más pequeñas en las enjutas, decoración que al peregrino le parece muy acertada en una iglesia que se encuentra bajo la advocación de Santiago y piensa lo mismo que pensaba cuando se encontraba ante la imagen de Santiago Peregrino en la iglesia parroquial de Cebreros, que alguna relación debía de haber por estas tierras con peregrinos que irían a Compostela para que símbolos jacobeos decorasen sus iglesias.
El interior le parece al peregrino muy espacioso con una única nave un poco irregular por la desigual anchura de sus bóvedas de crucería, destacando al fondo de la ochavada capilla mayor el gran retablo de 14 metros de altura realizado en el primer tercio del siglo XVII que, según un panel informativo, ha sido recientemente restaurado por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León. El peregrino se informa por medio de ese panel del proceso de restauración y los descubrimientos realizados, como unos documentos sobre el comercio de la lana tras el tabernáculo del siglo XVIII o un bote de madera con una reliquia con el nombre de «s. Gaudientus m.» y un documento explicando cómo había llegado hasta ahí.
Pero lo que más llama la atención del peregrino es como se ha recuperado el altorre-lieve de Santiago en la Batalla de Clavijo, iconografía de Santiago más conocida como «Matamoros», altorrelieve que fue desmontado y fragmentado hace unos años y llevado a unas dependencias a los pies de la iglesia, según le explica D. Jesús, el párroco que el peregrino ha tenido la suerte de conocer en su visita a esta parroquia de Santiago. D. Jesús le dice al peregrino que visto por las vicisitudes por las que ha pasado este relieve y como se encuentra ahora presidiendo el retablo es para creer en los milagros, ya que el despiezado relieve fue llevado más tarde al patio de la casa parroquial para terminar en el Seminario, de donde fue rescatado por los restauradores que como si de un puzle se tratará le recuperaron para colocarle en el lugar central que le correspondió en origen.
El peregrino, que no es partidario de la iconografía de Santiago en su caballo blanco, se ve reconfortado ante una talla moderna de Santiago Peregrino colocada a los pies del altar mayor y piensa que es un acierto mostrar a los feligreses a este Santiago en un pun-to por donde pasa un camino que lleva hasta su sepulcro.
El peregrino abandona este arrabal pensando en la paradoja de que alrededor de esta iglesia dedicada a Santiago se fueran asentando a lo largo de la Baja Edad Media los moriscos abulenses, arrabal que tanto frecuentó el joven Ramiro, personaje principal de la novela «La Gloria de Don Ramiro» de Enrique Larreta, con el fin de descubrir las conspiraciones que según su mentor, Lectoral de la Catedral de Ávila, se estaban fra-guando en ese arrabal morisco en tiempos de Felipe II.

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