domingo, 23 de enero de 2011

A SANTIAGO POR AVILA (AREVALO III)


CALLEJEANDO POR AREVALO
La de la Villa es una típica plaza castellana, cuyo valor añadido radica en estar jalonada por dos de las iglesias mudéjares más importantes de la ciudad.


El peregrino que continúa callejeando por Arévalo camino de la Plaza de la Villa puede ver cómo el ladrillo es el material predominante en la muchas de las construcciones, lo ve en casas de dos pisos muy bien conservadas y lo ve también en otras en auténtico estado ruinoso que, por su decoración en las ventanas y cornisas, le quieren mostrar el glorioso pasado de las familias que habitaron esos inmuebles, llamándole la atención los restos de una portada clasicista que por los materiales utilizados y los escudos que la decoran deduce tuvo que pertenecer alguna noble e importante familia de Arévalo con el suficiente poder económico para tal dispendio en la pétrea portada en una fachada de adobe y ladrillo apuntalada con tirantes para evitar su derrumbamiento.

Una esbelta torre mudéjar abierta en la parte inferior por un arco que hace de puerta de la antigua muralla se yergue ante el peregrino, es la torre de Santa María la Mayor con sus finos y largos ventanajes y frisos de facetas, rematada con una especie de espadaña que contribuye a darla aún más esbeltez.
Al peregrino que le gustan las plazas de los pueblos, que le gustan como centros de reunión y tertulia, como sitios de ferias y mercados o como escenarios de fiestas y solemnidades, se encuentra ante una típica plaza castellana, porticada y empedrada, rodeada de casas bajas de madera y ladrillo; estamos en la Plaza de la Villa, nombre que por sí solo ya le da la enjundia que, para el peregrino, esta plaza merece, con el va-lor añadido de que se encuentra entre dos de las iglesias mudéjares más destacadas de Arévalo, la de San Martín y la de Santa María la Mayor. Fastuoso conjunto, piensa el peregrino, este de la plaza entre el soberbio ábside mudéjar de Santa María con sus tres filas de arcos dobles con ventanitas en tres de los centrales y las vistosas y altas torres, también mudéjares, de San Martín, la vieja, o de los ajedreces por unos tableros de labor de ladrillo que la decoran, y la nueva, lisa hasta el último cuerpo con ventanas abiertas y ciegas, torres conocidas popularmente como torres gemelas y que al peregrino el nombre no le parece mal, aunque de gemelas tengan poco. Al peregrino le parece la guinda de esta magnífica plaza la fuente de piedra del siglo XV, conocida como la fuente de los cuatro caños, situada frente a la iglesia de San Martín.
Pasar por una ciudad que tenga castillo es para el peregrino visita obligada, así que se acerca a las confluencias de los ríos Adaja y Arevalillo que es donde está enclavada esta construcción del siglo XV que en 1900 Gómez Moreno la vio desmantelada y convertida en cementerio, castillo que ahora puede ver el peregrino restaurado y, según la opinión de algunos expertos, en exceso y con muchas libertades, conservando, no obstante, su imponente imagen de fortaleza. Aunque la visita que el peregrino realiza a este Castillo de Arévalo es sólo exterior, sabe que es de planta pentagonal, producto de la unión de un cuerpo triangular con otro rectangular, según recuerda haber visto en un dibujo de Gómez Moreno en su «Catalogo Monumental», donde afirmaba que el núcleo de su torre principal, la del Homenaje, era obra mudéjar, mientras que el resto datará posiblemente de la época de los Reyes Católicos, viendo claras semejanza con el Castillo de la Mota en Medina del Campo, a donde el peregrino piensa llegar en breve y realizar, por supuesto, la inexcusable visita a ese castillo.
Al peregrino le cuentan que durante los últimos siglos el castillo era propiedad del Ayuntamiento de Arévalo, quien en 1952 , para asegurar la pervivencia del monumento, cedió el dominio pleno y los terrenos ocupados por el castillo al Ministerio de Agricultura con el fin de instalar en ellos un silo de cereal para el Servicio Nacional del Trigo, convirtiéndose el castillo, tras las pertinentes obras de reconstrucción, en un gran silo con una capacidad de almacenamiento de 1080 toneladas métricas, abandonándose la utilización del castillo como granero en 1968. También le cuentan al peregrino que a principios de este siglo se iniciaron nuevas obras de restauración dado el alarmante estado de conservación del castillo, obras que finalizaron en al año 2009, siendo su actual propietario el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, usándose como centro de reuniones, pudiéndose visitar un museo del cereal en su torre del homenaje.
El peregrino, que lamenta que el Ayuntamiento de Arévalo no se implique más en el establecimiento en la ciudad de un albergue de peregrinos del Camino de Santiago, aplaude el convenio firmado por el Alcalde y Presidente del Fondo Español de Garantía Agraria, por el que se establecen las condiciones de uso del castillo para fines culturales, artísticos o turísticos, recuperando así, de alguna forma, Arévalo su castillo.
En una ciudad situada entre dos ríos, los puentes tienen que formar parte de su fisonomía, piensa el peregrino y de ello puede dar fe cuando se acerca a los dos puentes que se encuentran sobre el río Arevalillo, el de Barros, de estilo medieval, el más antiguo de Arévalo y posiblemente de origen en uno romano, formado con un solo arco de ladrillos y lajas, y el de Medina, con tres arcos mayores y uno pequeño en alto, con pilares de enorme grosor y sin espolones, lo que le hace ver la magnífica construcción que ha so-portado durante años las crecidas del río.
Para un caminante como es el peregrino lo que más le atrae es la ermita de la Caminanta, situada junto al puente de Medina, un pequeño edificio de sillares en piedra de granito y columnillas de tipo balaustrada, celebrándose, una romería en el mes de junio, al igual que a la Lugareja, aunque ésta no se celebre actualmente por problemas de los que ya habló el peregrino.
El puente más largo está sobre el río Adaja, es el de Valladolid, con cinco arcos grandes y uno pequeño, de estilo mudéjar, llamado antiguamente «la puente llana», reconstruido por Carlos III, estaba situado en el antiguo camino a Olmedo y Valladolid, puente que al peregrino le queda un poco alejado de su paseo por la ciudad
El peregrino cree que es hora de recogerse, pero no sin haber probado ese cochinillo asado, tostón lo llaman por aquí, que ha visto como la más llamativa oferta gastronómica en casi todos los restaurantes por los que ha pasado en su paseo por Arévalo.

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