domingo, 23 de enero de 2011

A SANTIAGO POR AVILA (AREVALO II)



HISTORIA EN CADA RINCÓN
El peregrino se adentra en Arévalo, una ciudad que atesora arte e historia en cada esquina y donde la presencia de Isabel I de Castilla se imbrica en las referencias del Camino. Este lugar emblemático de Castilla es un foco de atracción turística.


El peregrino llega a Arévalo, punto final de esta etapa por tierras abulenses, con la intención de dejar rápidamente su mochila y asearse un poco para darse un paseo por la localidad, teniendo que ir antes, al carecer de albergue de peregrinos como le indican los papeles que lleva, al centro de información para que pueda tener una acogida municipal.
El peregrino no acaba de comprender como en una localidad con tanto arte e historia no esté habilitado un albergue para que los peregrinos que caminan hacia Compostela realicen una obligatoria parada para que, aparte del merecido y necesario descanso, visiten y disfruten de todo de lo que es capaz de mostrarle este lugar castellano cuyas calles y casas están empapadas de historia, experiencia que sin duda transmitirán a sus familiares y amigos que con toda probabilidad se convertirán en futuros turistas que querrán visitar y conocer las excelencias que les pueda ofrecer una ciudad como Arévalo.

El peregrino es consciente, como cuando estuvo frente a la Catedral de Ávila, de que el tiempo apremia y no podrá abarcar la ingente concentración de arquitectura religiosa que se extiende por todos los rincones, ni todos los palacios y casonas testigos de un esplendoroso pasado, teniendo que ir escudriñando paso a paso los tesoros que guarda la ciudad, como tampoco podrá profundizar mucho sobre sus orígenes históricos, su papel durante la repoblación o la impronta cultural que dejaron los árabes en ese arte mudéjar que el peregrino ha advertido desde el primer momento que pisó esta localidad morañega. Interesado, como siempre, por el topónimo de la localidad por la que transita, el peregrino se encuentra con dos versiones sobre el origen del nombre de Arévalo, una que procede de una voz celta «arevalón» que significa junto al muro y otra que sería el nombre dado a los vacceos del extremo, «arevaccei» lugar entre ríos, nombre que le parece acertado ya que la ciudad está levantada junto al cerro en que confluyen los ríos Adaja y Arevalillo. Pero es a finales del siglo XII, se entera el peregrino, cuando aparece escrito «Arevalorum» vocablo ya latinizado.
Como por inercia el peregrino se dirige al centro y antes de llegar a una de las varias plazas de la ciudad, la Plaza del Arrabal, se encuentra con la iglesia de El Salvador, reedificada en el siglo XVI de ladrillo y con una potente torre mudéjar, iglesia que, según la tradición, mantuvo el culto mozárabe durante el dominio musulmán y que aparece en 1250 en el inventario parroquial del Obispado de Ávila efectuado por el Cardenal Gil Torres, del que el peregrino ya tuvo la oportunidad de hablar a su paso por el Bohodón. Actualmente está cerrada al culto y le dicen que es el museo de los Pasos de Semana Santa. La Plaza del Arrabal le explican al peregrino es la más popular y el centro comercial de la ciudad, es una plaza porticada en sus laterales y presidida por la Parroquia de San-to Domingo donde se encuentra la capilla de la Virgen de las Angustias, patrona de Arévalo y de su tierra, que se encuentra en esa iglesia a raíz del traslado de la imagen y su cofradía al templo parroquial al trasladarse a las afueras de la ciudad el Monasterio Cisterciense que les albergaba.
Que Arévalo fue una ciudad amurallada lo comprueba rápidamente el peregrino cuando pasa por el Arco de Alcocer a lo que sería el recinto amurallado, con un gran torreón con arcos apuntados que conforman una especie de pasadizo, y que según le comentan es también conocido como Arco de la Cárcel, por razones obvias, piensa el peregrino.
Pero antes de pasar por esa especie de túnel que comunica las dos partes de la ciudad, el peregrino se para ante una escultura de Isabel de Castilla, obra que el escultor Fran-cisco Aparicio talló en bronce en 2004 como homenaje de la ciudad a esta reina, dentro de los actos conmemorativos del V centenario de su muerte. De nuevo la figura de Isa-bel se cruza en el camino del peregrino, y lo hace en una ciudad donde, además de pasar parte de su juventud en el Palacio Real de Juan II, se fraguaron tantas intrigas nobilia-rias que de haber llegado a buen puerto hubieran dejado a Isabel al margen de la Histo-ria de España.
Es precisamente en la Plaza de El Real, la que el peregrino se encuentra nada más pasar al recinto amurallado, donde se encontraba el antiguo Palacio Real en el que la niña Isabel vivió junto a su madre Isabel de Portugal y su hermano pequeño Alfonso hasta que en 1464 el Rey Enrique IV, su hermanastro, la llevó a su corte. El peregrino se interesa por el lugar donde estaría ubicado el palacio y le dicen que estaba al lado de la iglesia de San Juan, incrustada en la muralla con su torre formando parte del camino de ronda, y que allí se encuentra la talla original de la Virgen de las Angustias por la que la reina Isabel sentía una gran devoción, hasta tal punto que la llevó consigo en la toma de Granada, pasando a ser después de la conquista la patrona de la ciudad.
La Plaza de El Real el peregrino ve los bustos de dos insignes hijos de Arévalo, el del insigne periodista Emilio Romero, del que poco puede decir que no se sepa, y el de Eulogio Florentino Sanz, político, diplomático, traductor, periodista y escritor español del Romanticismo, que según la opinión del peregrino influyó notablemente en la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer. Un templete le recuerda al peregrino esos conciertos populares de bandas de música que lamentablemente se han perdido en eso lugares que siguen teniendo tan magnífico escenario.

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