El niño que arrugaba la nariz
Autor: Miguel A. Gutiérrez Naranjo
Juan
arrugó la nariz. Siempre la arrugaba cuando había algo que no le gustaba o que
no entendía bien. Como cuando su maestra castigaba a toda la clase sin recreo o
cuando mamá decidía que no debía comer más golosinas. A veces, cuando arrugaba
la nariz, también apretaba un poco el labio de abajo. No lo hacía queriendo,
sólo que al arrugar la nariz los labios se le subían un poco. Como a ti, que lo
estás probando ahora. ¿Ves? En realidad, arrugar la nariz no era más que una
manera de expresar que algo no le cuadraba bien, como cuando mamá le dio la
noticia del verano.
-
Juan, papá y yo hemos pensado que vas a pasar unos días con tu tío Edelmiro
mientras que la abuela esté en el hospital. No te preocupes. La operación de la
abuela no es complicada y todo saldrá bien. El tío Edelmiro está estos días de
hospitalero en el Camino de Santiago, así que mañana te llevaremos en coche.
Juan
no dijo nada. Entendía que mientras que la abuela estuviera en el hospital,
papá y mamá tendrían que dedicarle mucho tiempo y alguien debía ocuparse de él.
No obstante, no sabía qué era el Camino de Santiago y cómo sería eso de vivir
unos días con el tío Edelmiro, así que arrugó la nariz.
-
¿Hospitalero en el Camino de Santiago? ¿Eso qué es?
-
Mañana lo verás -dijo papá en tono misterioso-.
Y
Juan volvió a arrugar la nariz.
Cuando
llegaron el tío Edelmiro los estaba esperando en la puerta. Aquello no era la
casa del tío Edelmiro. El tío vivía en la ciudad y aquello era un pueblo
pequeño. Además, aquella casa era muy grande para una persona sola. Se notaba
que papá y mamá tenían prisa por volver con la abuela, así que apenas
intercambiaron unas palabras con el tío, le dieron a él un beso, le dijeron que
se portara bien y se marcharon.
-
¿Qué prefieres, la litera de arriba o la de abajo? -fue lo primero que dijo el
tío Edelmiro cuando se quedaron solos-.
-
La de arriba, tito.
La
casa tenía varias literas en una sala grande, pero el tío Edelmiro tenía una
habitación pequeña para él en la que había una litera y él dormiría en el
colchón de arriba. Aquello era muy raro, porque había muchas camas pero no
había nadie. Juan arrugó la nariz. No sabía si preguntar o no, pero al final se
decidió.
-
Tito, ¿para quienes son todas estas literas?
-
Para los peregrinos.
-
¿Peregrinos?
-
Sí, los peregrinos. Es gente como tú y como yo que está haciendo el Camino de
Santiago. Cuando llegan aquí están muy cansados. Vienen caminando desde muy
lejos.
-
¿Y por qué lo hacen?
-
Porque quieren aprender a ser mejores personas.
Juan
volvió a arrugar la nariz. No pudo preguntar nada más, porque en ese momento
llegó un chico con una mochila y su tío fue a hablar con él. Era pelirrojo y
hablaba un idioma que Juan no entendía y probablemente su tío tampoco. Juan
observaba desde unos pasos detrás de su tío. Este le enseñó la casa, la cocina,
los baños y el lavadero. Finalmente le dijo cuál era su cama. Inmediatamente
después, llegaron más peregrinos. Gente cansada, de distintos países y
culturas, felices de llegar a un albergue que los acogía con cariño. Algunos le
saludaban, otros le sonreían.
-
Así que estos son los peregrinos -pensó Juan-, pero ¿qué habrá querido decir el
tío Edelmiro cuando dijo que iban a Santiago para aprender a ser mejores
personas?
El
goteo de caminantes no cesó en toda la tarde hasta que se llenó el albergue.
Juan miraba sus caras. Cansados, pero sonrientes. Apenas llegó la caída del
sol, su tío preparó la cena y todos comieron en una mesa muy larga. Fue genial
y Juan se lo pasó muy bien. Después, los peregrinos se prepararon para
acostarse. Su tío le había dicho que los peregrinos se acostaban pronto y él
también se sentía cansado después de un día con tantas emociones, así que se
disponía a ir al cuarto de su tío y disfrutar de su litera de arriba cuando se
abrió la puerta y apareció un peregrino más. Juan sabía que ya no quedaban
camas libres y arrugó la nariz. El recién llegado era un señor mayor. Tenía la
rodilla vendada y se apoyaba en un bordón de madera. Su tío se acercó y
amablemente le dijo que podía descansar y ducharse, pero que no quedaban camas
libres. Aquel peregrino se veía muy cansado, pero escuchó con agradecimiento las
palabras de su tío. Entontes ocurrió lo inesperado. El chico pelirrojo que
había llegado en primer lugar, que había oído las palabras del tío Edelmiro, se
dirigió a su cama, recogió sus cosas, puso su saco en el suelo sobre su
esterilla y dijo unas palabras en su idioma que nadie entendió, pero no hizo
falta. El recién llegado le dio las gracias y ocupó su lugar en la litera.
-
Tito -dijo Juan desde su colchón de arriba justo antes de dormir- creo que ya
he entendido qué es esto de ser peregrino.
-
El Camino es la vida, Juan. Ahora descansa, mañana llegarán nuevos peregrinos a
los que atender -dijo el tío Edelmiro con una sonrisa.
Esa
noche Juan se durmió mirando las estrellas a través de la ventana. Por fin
había entendido qué significaba ser peregrino y nunca, nunca, nunca, nunca volvió
a arrugar la nariz al oír hablar del Camino de Santiago.
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