miércoles, 25 de julio de 2012

SEGUNDO PREMIO DEL II CONCURSO DE LITERATURA EPISTOLAR "CARTAS DESDE EL CAMINO DE SANTIAGO"

SEGUNDO PREMIO DEL II CONCURSO DE LITERATURA EPISTOLAR "CARTAS DESDE EL CAMINO DE SANTIAGO"


AUTORA: FLOR MENDEZ VILLAGRA, de LEÓN.
Querida Abuela:


Me gustaría empezar esta carta, de la misma manera que tu empezabas las tuyas, con aquella coletilla sabida, y no por ello menos sentida….”Espero que al recibo de la presente, te encuentres bien de salud, yo bien gracias”….., pero no lo haré abuela, y no porque esta frase esté en desuso, o pasada de moda, sino porque de antemano sé que es inútil, que no va a poder ser, que tu salud no es buena y no te permite leerla, y que aunque te la lean ….. no podrás entenderla, porque tu mente ha quedado atrapada en esa nube negra que borra los recuerdos. Sé que ahora estarás sentada en tu sofá como siempre, la mirada perdida en la gran fotografía de la pared, de vez en cuando posarás la mirada en la de mi madre, que habla y habla, y te cuenta que te ha escrito tu nieta, pero tu volverás tu cara desconcertada de nuevo hacia esa fotografía, que un desconocido hizo, desde una avioneta, del pueblo de tu niñez, y en la que parece estar atrapada tu mente, como un viejo jeroglífico que no acabas de descifrar. Aun así quiero contártelo, abuela, quiero que mi madre te lea esta carta con la esperanza, o quizá la ilusión, de que tu corazón lata con mas fuerza cuando sepas que lo he conseguido, que he llegado al final… a ese “campo de estrellas”, ese del que tanta veces hemos hablado, que tantas veces hemos imaginado y con el que siempre hemos soñado, tengo que contártelo abuela, porque quise vivirlo y lo viví, por ti y por mi.

Me siento orgullosa de haber nacido, donde nací. Nunca te lo he dicho, y me da pena que tenga que ser ahora. Algunos no entienden que me pueda gustar un lugar tan árido, tan seco, tan llano, pero ellos no saben ver, abuela, ellos no miran con los ojos que tu me enseñaste a ver esas tierras de Castilla. Ellos ven monotonía en el paisaje y yo veo claridad, ellos ven ocres, y yo veo dorados, ellos ven tierras marrones y cereal, y yo veo mares de chocolate con olas de miel, como tú me decías. Ellos ven caminos rectos hasta el horizonte, y yo veía alfombras mágicas, sembradas de aventuras, porque así tu me lo contabas. Por las noches me señalabas a través de la ventana, aquella vía blanca que recorría el cielo en la oscuridad, asegurando que era polvo que los ángeles bajaban a la tierra para formar el camino mágico, un camino lleno de aventuras, que terminaba allá lejos, en un “campo de estrellas”, detrás de las montañas, junto al mar, y que aquel que conseguía llegar al final, encontraba un tesoro que haría cambiar su vida….

Teníamos que ser todo un cuadro, abuela, ahora que lo pienso, las dos sentadas en la cuneta, tu, toda de negro, que solo rompía aquel mechón blanco que salía de tu pañuelo, yo sentadita a tu lado, con mi pelo rubio y mi vestidito rosa, abrazada a mi muñeca, sin moverme, viendo pasar con los ojos abiertos como platos, a aquellos hombres y mujeres, con sus grandes bultos a la espalda y sus largas varas que marcaban el ritmo de sus pies, aquellos seres que mi fantasía había acogido como héroes que iban a tierras extrañas en busca de un “tesoro”. Ya se mamá, que al leer esto, sonreirás y dirás a la abuela que siempre me consintió demasiado, y que me metió demasiadas fantasías en la cabeza. Te adoro abuela por ello, y a ti mama por no haberlo impedido nunca.

No volviste a ser la misma, cuando partimos… Cuando tu llave de hierro grande dio la última vuelta y el silencio se instaló para siempre en nuestra casa, todos lloramos, menos tu, pero ya no volviste a ser la misma. Con una mano aferrada a tu maleta y la otra ocupada en acariciar la mía, echaste a andar por el camino, por nuestro camino, y no se si para que dejara de llorar, o para acallar tu pena, me volviste a contar por última vez mi cuento preferido, el del camino de estrellas….

No te adaptaste nunca, a aquella tierra extraña para ti, nunca entendiste aquella lengua, ni te gustaron aquellos edificios tan altos que no te dejaban ver el horizonte, ni aquellos caminos grises, por los que ni siquiera se podía andar, pero tampoco querías volver…. me moriría sin “mi chiquita”, decías, y me llenabas la cara a besos.

Por eso abuela tengo que decírtelo, tengo que contarte como termina ese cuento, tengo que descubrirte qué encontré al final del camino.

Elegí los últimos días de primavera, abuela, cuando los trigos están altos y se inclinan de un lado al otro mecidos por el viento, porque quería olerlos y volver a ver esa tierra reseca, reconfortada por la lluvia. Me alojé en casa de Tonina, la nieta de “La Burona”, la que fue cómplice de mis juegos y mis fantasías, la que vivía para la laguna. Se quedó en el pueblo, abuela, de las pocas, dice que es feliz, que no lo cambiaría por nada, me contó con una sonrisa pícara, que hizo el camino, que me llevó en su corazón, que se alegraba mucho de tenerme allí, y entonces lloraba y lloraba, “de alegría” decía, ella había resuelto el misterio del camino…. pero no me lo diría.

Empecé en aquélla cruz, que había junto a la cuneta, la misma que nos daba sombra, cuando nos sentábamos en los atardeceres. Metí en mi mochila una piedrecita, “déjala en la cruz do ferro”, me dijo Tonina, allá en las montañas después del puerto. A la salida del sol, con la vista puesta en el horizonte, comencé a andar despacio, saboreando un momento tantas veces imaginado, esta vez era yo la “heroína” de mi propio cuento, buscando ese tesoro tantas veces soñado, y comencé a andar despacio, hacia el horizonte, por aquel “camino de polvo de estrellas”.

Dieciocho días duró, abuela, dejé atrás nuestras tierras y su sol abrasador, pasé por pueblos y ciudades, por páramos y bosques, bajé a valles y subí montañas. Contemplé los amaneceres y me dormí con el sol rojizo de los atardeceres. Reí y lloré, sufrí y gocé, y descubrí que no estaba solo en la búsqueda de “eso” que nos cambiaría, que somos muchos abuela, dicen que cada año más. Por las noches cuando las fuerzas fallaban, miraba hacia el cielo negro, y allí estaban mis estrellas, haciéndome guiños con su parpadeos, y entonces volvía a mi recuerdo tu dedo señalándolas desde la ventana, y algo en mi corazón decía, sigue “chiquita” sigue.

Entre llorando abuela, en aquella plaza hermosa, que hicieron en el lugar donde se concentran las estrellas, y no me dio vergüenza, no se si me miraban, porque yo no les veía… a nadie, a nada, solo me tumbé en su suelo y lloré, por ti, por mi, por nuestro sueño.

Conseguí mi “tesoro”, abuela, y cuando vuelva junto a ti, seré yo la que llene tu cara de besos, me acercare a tu oído, y te diré bajito, esta vez, solo a ti, cómo lo encontré, y que es……. aunque quizá abuela, eso tu siempre lo has sabido, y solo querías compartirlo conmigo.

Desde Santiago de Compostela, contigo en el corazón



Tu nieta






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