jueves, 20 de enero de 2011

A SANTIAGO POR AVILA (PEÑALBA DE AVILA)


El BALCON DE LA MORAÑA
El peregrino que en la provincia de Ávila ha caminado por el Valle del Alberche y por Tierra de Pinares se encuentra ante un paisaje completamente diferente, con horizontes sin fin de mares de cereales


Nada más salir de Cardeñosa el peregrino se lleva una sorpresa cuando se ve sumergido en una penumbra que no esperaba encontrar, cuando el llamado camino «de los borrachos» le recuerda a esas corredoiras gallegas y asturianas de los caminos del norte y que por momentos le transporta a esos bosques mágicos y fantásticos por los que el peregrino siente cierta fascinación.
Es al final de este camino de los borrachos cuando el peregrino comienza una leve subida que poco a poco le va abriendo el horizonte hasta llegar a un punto desde donde se divisa con toda su amplitud los campos de Castilla, es el denominado Balcón de la Moraña, mirador que permite contemplar una panorámica del tradicional paisaje cerealista, tierra de pan llevar, salpicado de pequeños pueblos próximos entre sí y que con buena vista es posible divisar algunos silos y espadañas.
El peregrino que en la provincia de Ávila ha caminado por el Valle del Alberche y por Tierra de Pinares se encuentra ante un paisaje completamente diferente con horizontes sin fin de mares de cereales con pequeñas isletas arbóreas y lagunas o lavajos que alber-gan a una notable variedad ornitológica, se encuentra ante la comarca de la Moraña que se extiende por la zona norte de la provincia, comarca que su historia y etimología van unidas a esos grupos muladíes que durante principalmente el siglo XI se establecen en esta zona de la extremadura castellana y que se la denominaría tierra de moros, la moraría que evolucionaría hacia moraña, teoría que al peregrino le consta de que no es aceptada en muchos lugares de la comarca.

Descendiendo hacia Peñalba de Ávila el peregrino se acerca a la ermita del Cristo de Santa Teresa, una pequeña ermita sin ningún rasgo que la identifique pero que guarda en su interior una talla de Santa Teresa arrodillada junto a la figura de Cristo Crucificado, composición similar a la atribuida a Gregorio Fernández en la que se muestra a la Santa también arrodillada, en este caso frente a Jesús amarrado a la columna, tallas ac-tualmente independientes y que se conservan en el Iglesia de la Santa de Ávila. Al peregrino le parece significativo que en plenas eras esté ubicada una pequeña ermita que posiblemente fuera visitada por la santa andariega en algunos de sus viajes fundaciona-les.
Al peregrino le viene a la memoria otra talla de madera también denominada Cristo de Santa Teresa que según la tradición se había renovado milagrosamente en 1621, después de haber sido despedazada, en una pequeña población mexicana, trasladada posteriormente a la ciudad de México, donde se colocó para su culto en el Convento de Carmelitas descalzos de San José, talla que el pintor mexicano José de Ibarra copió en lienzo en cinco ocasiones en el siglo XVIII. El peregrino piensa que en estos tiempos de intercul-turalidad sería interesante entablar algún tipo de relación con estos carmelitas mexicanos que tienen en común con Peñalba un Cristo de Santa Teresa.
Ya en el pueblo el peregrino se desvía un poco de su camino para visitar su iglesia parroquial del siglo XVI y que está bajo la advocación de San Vicente Mártir, sobresaliendo su espadaña de granito, situándole al peregrino en la frontera en la que el duro granito da paso al más pobre y sencillo adobe.
El peregrino, que está realizando uno de los Caminos de Santiago, sabe que hay otros caminos que conducen a otros centros de peregrinación, viniéndole a la memoria el Camino de San Vicente Mártir que, como alternativa al Camino de Santiago, va de Huesca a Valencia recorriendo los lugares por los que discurrió la vida este joven diácono aragonés y por los que pasó para ser martirizado en defensa de su fe -Vicente significa vencedor en la fe- en Valencia en el año 304 por orden del prefecto Daciano durante las persecuciones ordenadas por Diocleciano, convirtiéndose en patrón de la ciudad de Valencia, cuya fiesta se celebra, al igual que en Peñalba, el 22 de enero.
La iconografía medieval solía representar a San Vicente Mártir junto a un cuervo como uno de los atributos identificables del santo, ya que los cuervos defendieron su cadáver de los buitres y de las fieras cuando fue arrojado a un muladar para que fuera devorado por las alimañas, cuervo que según informan al peregrino da nombre a una asociación cultural que edita una revista «Tribuna de Peñalba» para divulgar los distintos aspectos de la vida del pueblo. El peregrino se lleva cierta satisfacción cuando le cuen-tan que en una de las secciones del último número de la revista «el rincón de Pepe» este colaborador dedica un poema a un peregrino que se encontró en Peñalba camino de Compostela.
En Peñalba el peregrino también ve cruces, las ve frente a la ermita, frente a la iglesia, y las ve en las encrucijadas de caminos, caminos a Zorita de los Molinos o a Gotarrendura, que es el camino que va a seguir guiado por las flechas amarillas pintadas a los pies de la cruz.
Camino de Gotarrendura el peregrino divisa las ruinas de un antiguo poblado, La Garoza, que junto a otros lugares de la zona fueron despoblados en el siglo XVII, desviándose un poco del camino para ver de cerca los restos del torreón de la iglesia que se cerró al culto en 1619 ante el abandono del lugar, torreón que al peregrino le da una idea de la importancia de esta desaparecida iglesia construida ya con el adobe que caracterizará a la arquitectura popular y religiosa de esta comarca morañega, iglesia que junto a las de los también despoblados de Navares y San Saez dependían de la parroquia de Peñalba, según señala Jesús María Sanchidrían en su libro «Rutas mágicas por los pueblos del Adaja» en el capítulo dedicado a la ruta de los despoblados.
El peregrino llega a Gotarrendura donde le espera para pernoctar el albergue «Entre Adobes».

No hay comentarios:

Publicar un comentario