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Biblioteca del Camino
domingo, 16 de enero de 2011
A SANTIAGO POR AVILA (CEBREROS)
Una bienvenida histórica
La provincia de Ávila recibe al peregrino con escenarios y parajes en los que se forjó la Edad Moderna de la Historia española
Hace más de quince días que el peregrino partió de la Basílica de Santa María en Alicante camino de Santiago de Compostela. El peregrino, que ha caminado por tierras cervantinas y que ha dejado atrás la Imperial Toledo, se adentra en la provincia de Ávila y rápidamente se da cuenta de que se encuentra tierras de vetones, en donde cuatro figuras zoomorfas, los Toros de Guisando, le dan la bienvenida y que son una de las manifestaciones artísticas de ese pueblo prerromano asentado entre los ríos Duero y Tajo.
Figuras zoomórficas que para unos son toros y para otros cerdos, pero que unas cavidades en las cabezas de las figuras le dan al peregrino una pista de que, efectivamente, son toros, ya que estas oquedades podrían muy bien servido para incrustar la cornamenta de los animales.
Al peregrino, aunque lleva ese día poco tiempo caminando, le apetece hacer un pequeño alto, le apetece observar detenidamente esas cuatro figuras realizadas en bloques de granito y cuyo enigmático significado está sujeto a múltiples interpretaciones, de las que el peregrino ni entra ni sale, aunque si se tuviera que quedar con alguna, se quedaría con la que los señala como protectoras de los rebaños, ya que es significativo que se encuentren situadas en la que fue Cañada Real Leonesa Oriental, utilizada por los ganaderos trashumantes que en verano dirigían sus rebaños desde los invernaderos de Extremadura hasta las montañas leonesas donde se efectuaba el esquileo de la lana, realizándose en otoño el viaje de vuelta.
El peregrino presta atención a unas casi ilegibles inscripciones en los lomos de las esculturas, inscripciones realizadas por los Romanos posiblemente para conmemorar alguna de las célebres batallas entabladas por Julio César con los hijos de Pompeyo por estas tierras.
Los cuatro toros o verracos, como vulgarmente se conocen a estas figuras vetonas, dejando a sus espaldas el arroyo Tórtolas, frontera natural con la Comunidad de Madrid, miran alienadas hacia poniente, hacia el cerro del que toman su nombre, el cerro de Guisando, comienzo de las Sierra de Gredos y en donde el peregrino puede observar las ruinas del Monasterio de Jerónimos, fundado en 1375 y cuyo origen está forjado en la leyenda de la aparición de la Virgen a unos monjes ermitaños venidos de Italia que habían elegido las cuevas naturales excavadas en la misma roca como lugar de retiro y penitencia.
Importante fue este Monasterio de los Jerónimos, orden que ocupaba un lugar privilegiado en época de los Austrias, hasta tal punto que Felipe II, que solía pasar las Semanas Santas en dicho Monasterio, pensó construir en estos parajes lo que más tarde sería el Monasterio de El Escorial, construcción que parece ser de que no se llevó a cabo por la lejanía de la Corte y lo agreste del terreno.
Subastado según la Ley de Desamortización de Mendizábal, fue adquirido en 1844 por Mariano Goya, nieto del famoso pintor, por 430.000 reales. En el siglo XX, a finales de la década de 1970, el monasterio sufrió un grave incendio al que sólo sobrevivió un hermoso claustro renacentista y la capilla gótica de San Miguel convirtiéndose en unas ruinas románticas y misteriosas, actualmente de propiedad privada.
El peregrino lee la inscripción grabada sobre las piedras que conforman la cerca en donde se encuentran los Toros de Guisando, el peregrino lee que «en ese lugar fue jurada doña Isabel la Católica por princesa y legítima heredera de los reinos de Castilla y de León el 19 de septiembre de 1468».
El peregrino se encuentra en los aledaños de la antigua Venta Tablada, conocida también como Venta Juradera, lugar elegido por el rey Enrique IV y su hermana Isabel para poner fin a los litigios sucesorios que habían des-encadenado la guerra entre ambos, dejando a Juana, conocida como «La Beltraneja» desplazada de la sucesión al trono al declarase nulo el matrimonio del rey y la reina Juana de Portugal.
Aunque no hay unanimidad si este acontecimiento se celebró al aire libre, junto a las esculturas vetonas, o en la cercana y humilde venta arriera, al peregrino no le importa en exceso en qué lugar tuvo el encuentro.
El peregrino, consciente de que por estos parajes se forjó una parte trascendental en la Historia de España, continúa su caminar por la antigua Cañada Real que más tarde se convertiría en el antiguo camino Imperial de Toledo a Valladolid.
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