domingo, 16 de enero de 2011

A SANTIAGO POR AVILA (CEBREROS II)


Los puentes del camino
Los puentes de Valsordo y Santa Justa forman parte de la red de antiguas cañadas de la Mesta. Sus piedras guardan las inscripciones del ‘peaje’


El peregrino camina por lo que seguramente sería una pequeña calzada romana y que posteriormente se convertiría en el antiguo Camino Imperial de Toledo a Valladolid y que en parte coincidiría con la Cañada Real Leonesa que atravesaba las provincias de León, Palencia, Valladolid, Ávila, Madrid, Toledo, Cáceres y Badajoz. Estas cañadas utilizadas por los ganaderos trashumantes fueron establecidas por el Honrado Concejo de la Mesta, constituido en el siglo XIII, con el fin de impulsar la cría de ganado ovino, cuya producción de lana estaba destinada a la fabricación de paños que serían exportados al norte de Europa a través de los puertos cantábricos.

Tras pasar por un pequeño puente de un solo ojo denominado de La Yedra sobre el arroyo del mismo nombre, el peregrino, siguiendo su caminar por el antiguo Camino Imperial, se encuentra con el llamado Puente de Santa Justa o Yusta que, con el Puente de Valsordo, era paso obligado de los ganados en su trashumar desde las dehesas de invierno a las de verano y viceversa, así como de personas y mercancías que hacían el recorrido entre Andalucía, Toledo, Madrid, Segovia y Soria. Como los antiguos ganaderos, el peregrino se dispone a pasar por el primero de estos puentes, el de Santa Justa, puente de un solo ojo, calzada de lajas y perfil a dos aguas, término vulgarmente conocido como «lomo de asno», pero el peregrino ya no tendrá que pagar por derecho de tránsito las cantidades establecidas por el paso del ganado al señor Suárez de Figueroa, Conde de Feria, propietario del puente en tiempos de los Trastáma-ra.
El peregrino lee en un panel una trascripción realizada por el arqueólogo don Emilio Rodríguez Almeida de la inscripción grabada en una piedra de la condiciones de pago que tenían que realizar los señores de ganado por cabeza al paso por el puente al susodicho conde de Feria, titulo concedido por Enrique IV al nieto del antiguo Maestre de la Orden de Santiago, don Gómez Suárez de Figueroa, posiblemente, como piensa el pere-grino, como merced al apoyo recibido en su lucha con los nobles castellanos.
Unos metros más adelante y, prácticamente unido, el peregrino cruza el segundo puente, el de Valsordo o Puente Viejo, con misma calzada y perfil que el anterior de Santa Justa, pero con más enjundia, con sus tres arcos u ojos, el central de mayor anchura y altura, con tajamar contracorriente y cimentado sobre grandes piedras de granito que forman parte del lecho del río Alberche, sobre el que están construidos estos puen-tes. Al peregrino no le cabe ninguna duda de que el origen de este puente es romano, pero con reconstrucción medieval a juzgar por el buen estado y la poca erosión de las piedras.
Como en el puente de Santa Justa, en este de Valsordo el peregrino lee la trascripción realizada igualmente por Rodríguez Almeida de la inscripción labrada en una gran pie-dra en la que se indica a los propietarios de los ganados las condiciones de pago por cabeza que, en este caso, se harían al Deán y Cabildo de Ávila como propietarios del puente, lo que no deja de extrañar al peregrino ya que los beneficios procedentes del cobro de estos pasos solían pertenecer a la Corona. Importante debía ser el Cabildo de Ávila para que la Corona le cediera estos derechos, piensa el peregrino que se dispone a seguir su camino, no sin antes haberse fijado como en el interior de los puentes se puede leer que en la década de los setenta del año 1700 ambos puentes fueron reconstruidos, sin duda, por el mal estado en que se encontrarían.
El peregrino, al que le gustan los caminos y le gusta caminar por esos caminos históricos o tradicionales, ese matiz no le preocupa, medita sobre las causas del abandono de estas cañadas, de estas vías que sirvieron tanto para el desarrollo económico e industrial de las zonas por donde transcurrían como vías de comunicación entre los principales núcleos de población.
Por supuesto que la desaparición de la Mesta en 1836 fue un punto de inflexión en este proceso destructivo, pero la llegada del ferrocarril y la construcción de carreteras y autovías son para el peregrino las principales causas de la desaparición de estos caminos, sin olvidar que las repoblaciones forestales y el incremento de los cultivos tanto intensivos como de regadío también se han ido comiendo parte de estas vías que, cuando ya dejaron de cumplir su función articuladora, poco a poco se fueron abandonando hasta caer la mayoría en el olvido. El peregrino, camino de Cebreros, piensa que muchas de estas vías se están recuperando tras su secular abandono gracias a la revitalización que están teniendo en la actualidad los Caminos a Santiago

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