jueves, 20 de enero de 2011

A SANTIAGO POR AVILA (AVILA III)


UNA ATALAYA INDISPENSABLE.
El celebérrimo humilladero de Los Cuatro Postes y su entorno destilan historia y leyenda. Este mirador privilegiado del Ávila amurallada ha fascinado desde siempre a insignes, dibujantes, pintores y fotógrafos


El peregrino inicia una nueva etapa de este Camino del Levante-Sureste atravesando el puente sobre el río Adaja que posiblemente sea uno de los pocos testimonios de la época romana que quedan en la ciudad, puente de cinco arcos y nueve pilares con tajamar para cortar la corriente, lo que le da una idea del caudal que debía llevar el río en época romana. Al pasar por el puente el peregrino se fija en el pretil redondeado de granito que lo remata, muy parecido al del Puente de Romanillos sobre el río Chico que tuvo que cruzar para entrar en la ciudad, pretil seguramente producto de una reparación posterior con piedra granítica a la reconstrucción del puente en tiempos de la repoblación con la poco resistente piedra arenisca de La Colilla.
Unos metros más adelante el peregrino se detiene ante uno de los puntos más emblemáticos de Ávila, el mirador de los Cuatro Postes, un sencillo humilladero de cuatro columnas dóricas de cinco metros de altura rematadas por un entablamento en el que un desgastado escudo de Ávila figura en sus cuatro caras, con una cruz en el centro de aproximadamente tres metros, cruz que no es la original ya que ésta fue destruida en 1995 en un acto vandálico que el peregrino recuerda que causó gran indignación en la ciudad.

El peregrino ha tenido la oportunidad de ver humilladeros de diversa factura jalonados a lo largo de los caminos que está recorriendo, normalmente pequeñas capillas que se situaron, sobre todo en el siglo XVI, en las afueras de las poblaciones para que las personas que entraban y salían rezasen postrándose ante ellos, de ahí debe de venir el nombre de humilladero, piensa el peregrino, al que le consta que en Ávila hay otros, como la ermita de la Santa Vera Cruz, cercana a la Basílica de San Vicente, a la que popularmente se la conoce precisamente como el Humilladero, o la del santo Cristo de la Luz, una pequeña ermita gótica sufragada en 1467 por Juan Núñez Dávila, en la plaza de Santa Ana.
Sobre el origen de este humilladero de los Cuatro Postes el peregrino ha oído varias versiones, así como leyendas que tienen como escenario este monumento, recordando haber leído en el libro Redescubrir Ávila que José Luis Pajares publicó en 1998 que, citando a Veredas, una de las teorías menos conocidas de este templete es que sería lugar de celebración de romerías a su alrededor, como la que tenía lugar todos los años de Ávila a Narrillos de San Leonardo para rememorar la que se realizó en tiempos de Sancho III como agradecimiento por la cese de una epidemia que estaba diezmando a la población, siendo probablemente este humilladero tan solo un crucero de los que se instalarían para servir de estaciones.
El peregrino conoce un dibujo de los Cuatro Postes que está en el Archivo Histórico Provincial con un tejado a cuatro aguas y una imagen en el centro fácilmente reconocible de San Sebastián, humilladero que fue encargado por el Ayuntamiento al maestro cantero abulense Francisco de Arellano en 1566 por 195 ducados, posiblemente para recuperar de cierta manera el culto a este santo que fue titular de la que es ahora ermita de San Segundo.
Pero si el peregrino ha oído hablar de los Cuatro Postes casi siempre ha sido relacionándolos con la figura de Santa Teresa que con tan sólo siete años se fugó con su her-mano Rodrigo a tierra de moros para sufrir martirio, siendo recogidos por su tío don Francisco de Cepeda en este lugar. Al peregrino no le cabe la menor duda de esta es una de las leyendas más arraigadas sobre la figura de Santa Teresa, aunque también hay otra, quizá tan popular, que cuenta como en cierta ocasión, al salir de la ciudad, la monja Teresa se sacudió el polvo de sus sandalias pronunciando la frase «de aquí, ni el polvo», frase que el peregrino ha oído en otros sitios y de otros personajes, lo que le da una idea de la universalización de las leyendas que, como todas, le gusta que se mantengan y se popularicen, pero siempre como lo que son, leyendas.
Contemplando desde los Cuatro Postes la magnífica panorámica de la ciudad y de la muralla que la circunda el peregrino se siente fascinado como tantos que se acercaron a este promontorio, como el flamenco Van den Wyngaerde que en su dibujo de 1570 muestra el mejor testimonio gráfico de Ávila en el siglo XVI, o del siglo XIX en las litografías de Millán y Donón, sin olvidar los dibujos de Antonio Veredas y Sánchez Merino ya en el siglo pasado. Al peregrino le parece ingente la nómina de pintores que pusieron allí su caballetes o de fotógrafos que subieron allí sus cámaras, pintores como Zuloaga, Sorolla, Caprotti, Chicharro, López Mezquita o Benjamín Palencia, fotógrafos como Clifford o Laurent, por citar los que al peregrino de bote pronto le vienen a la cabeza, que plasmaron en sus lienzos y en sus negativos la ciudad amurallada desde los más variados puntos de vista, siempre con la torre de la Catedral como punto de referencia y el caserío esparcido a sus pies junto con las torres de las iglesias y los torreones de los palacios, vista que estos artistas tuvieron la suerte de ver sin el actual pegote que supone el edificio de los juzgados que para el peregrino, valga el juego de palabras, es de juzgado de guardia. De la extensa obra pictórica realizada desde este mirador, al peregrino le viene a la memoria el magnifico cuadro de Zuloaga Cristo de la sangre, donde el pintor, con la ciudad amurallada al fondo y posiblemente con personajes locales, retrata con acritud la idiosincrasia del pueblo español.
El peregrino abandona estos Cuatro Postes con la vista de la ciudad y su muralla grabada en su retina, abandona la ciudad camino de Cardeñosa desde un punto que fue un antiguo cruce de caminos, cruce de cordeles trashumantes como el de las merinas y el de las moruchas, punto por el que pasó el Cortejo Fúnebre de Isabel de Castilla camino de Granada para su enterramiento.

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