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Biblioteca del Camino
martes, 18 de enero de 2011
A SANTIAGO POR AVILA (EL BARRACO)
Un topónimo con historia
La localidad de El Barraco es una de las paradas obligadas en la variante de El Tiemblo, la segunda opción que en la etapa inaugural del Camino Abulense ‘compite’ con la más conocida, la que va por Cebreros y San Bartolomé.
El peregrino, después de haber atravesado el embalse del Burguillo, llega a El Barraco que le recuerda a esos pueblos nacidos a la vera del Camino, con una gran calle o avenida alrededor de la cual se van conformando los distintos servicios y se van aposentando las diversas instituciones. El nombre del pueblo no le extraña al peregrino, ya que desde que se adentró en tierra de vetones por los Toros de Guisando ha echado de menos topónimos relacionados con los famosos verracos celtas, topónimo que en esta ocasión puede corroborar por el verraco que figura en el escudo de la localidad rodeado por las ocho aspas del escudo de don Juan del Águila, capitán que fue de Felipe II.
El peregrino hace su parada en la Plaza de la Constitución, una plaza que le parece más bien un ensanche de esa calle principal, pero que sus soportales, con variopintos pilares y capiteles, orientados al sur junto a la pequeña galería porticada, de cuatro arcos de medio punto que da acceso al Ayuntamiento, le dan una fisonomía de plaza que sin duda ha sido testigo, como tantas otras, de mercadillos, tratos y alboroques.
El Ayuntamiento es un edificio del siglo XVI de dos plantas de sillería labrada, aunque el peregrino puede leer en la fachada una inscripción del reinado de Carlos III en que la fecha de 1753 sería, sin duda, la de una reconstrucción. Al peregrino le cuentan que la caseta de estilo neoclásico donde está ubicado el reloj no es la original, que se construyó durante una restauración en 1943 como consecuencia de un incendio sufrido por el edificio en 1937. Desde el interior de la galería porticada el peregrino ve sobre el dintel de la puerta el escudo de Felipe V rodeándole una inscripción en letra gótica que refiere como se mandó hacer esta obra en 1563.
En los soportales al peregrino le llama la atención un reclamo publicitario que le retrotrae a tiempos de su juventud cuando en la carretera había colocadas unas tinajas con el lema «Viaje feliz con rosquillas Velí», lema que ahora ve a la puerta de un establecimiento «La Barraqueña» al que el peregrino entra para saborear unos exquisitos fritos con crema que le reconfortan tras su pedaleada desde el Tiemblo.
Al peregrino le dicen que si puede no deje de visitar el Museo de la Naturaleza del Valle del Alberche en donde podrá ver una muestra representativa del patrimonio natural de esta comarca y una colección zoológica centrada en la biodiversidad de esta zona que se enmarca en la Red de Espacios Naturales de Castilla y León. El peregrino no tiene tiempo, pero promete visitarlo en cuanto se le presente la ocasión.
El peregrino, que antes de llegar a la plaza había pasado junto a la iglesia parroquial, se dispone a visitarla callejeando por las irregulares calles del pueblo que conforman pequeñas plazas, y es en una de estas pequeñas plazas en donde el peregrino se encuentra con un monolito con un busto de Santa Teresa con la inscripción «Cuenta la tradición oral que la Santa en sus viajes a Toledo y Malagón hizo noche en la casa 30-32 de esta calle que lleva su nombre», homenaje que el pueblo de El Barraco hizo a la santa andariega en el año 2008.
La iglesia parroquial de El Barraco está dedicada a la Asunción de Nuestra Señora y es un edificio de finales del siglo XV y principios del XVI en el que el peregrino puede observar esas típicas bolas del gótico tardío en la portada de los pies y en las impostas que conforman los tres cuerpos de la alta torre y en las ventanas del campanario. De nuevo estas bolas isabelinas se cruzan en el camino del peregrino, aunque en esta ocasión solo decoren la torre y la citada portada. En su recorrido exterior el peregrino ve una plana cabecera de sillería sin ninguna decoración, al igual que en el resto del edificio que se le muestra sobrio, pero imponente.
El interior le muestra al peregrino un templo de tres naves separadas por arcos de medio punto cubiertas con sencillas armaduras moriscas sin ningún tipo de arabesco, cosa que no ocurre en el artesonado de la capilla de la pila bautismal donde, a pesar de la poca iluminación, el peregrino puede observar las piñas pinjantes que decoran la ochavada cubierta de madera. Situado frente a la capilla mayor, cubierta con bóveda de tercelete, el peregrino contempla el magnífico retablo que ocupa todo el testero y recuerda que según Manuel Gómez Moreno es de mediados del siglo XVI y elaborado por algún discípulo de Berruguete, aunque fueron varios los escultores que trabajaron en este retablo considerado como la mejor obra de escultura policromada de la escuela abulense.
Pero el retablo que el peregrino ve no es el que vio y catalogó Gómez Moreno a principios del siglo XX ya que muchas de las imágenes originales fueron destruidas durante la Guerra Civil, colocándose figuras de diversas épocas y estilos, como la considerada mejor y principal que ocupaba el encasamento central del segundo cuerpo y representaba a la Virgen sentada entre dos angelitos y con el Niño en su regazo, siendo sustituida por la imagen de la Asunción que estaba en el cuerpo superior.
Una foto de 1929 colocada en el presbiterio le muestra al peregrino el retablo tal como era antes de caer bajo la barbarie de la guerra, foto que le muestra como se accedía al altar por medio de una escalera de piedra, escalera que posteriormente fue sustituida por otra y finalmente eliminada en una reforma durante los años setenta del pasado siglo.
Durante su visita a la iglesia el peregrino asiste a los preparativos de un concierto de polifonía religiosa que iba a ser dado por la Coral de Alcobendas, indicándole que más tarde, en los soportales del Ayuntamiento, se interpretarán canciones populares, invitándole a quedarse a los dos conciertos, invitación que el peregrino agradece y acepta encantado.
Tarareando y palmeando las canciones populares junto a los miembros de la coral, el peregrino tiene la suerte de conocer a José Antonio Somoza, antiguo maestro y actual concejal de El Barraco, autor de dos libros «Para la historia de El Barraco» y «El Ba-rraco: usos y costumbres», que amablemente se ofrece, tomando unas cañas, a relatarle algunas de las costumbres que actualmente se siguen celebrando y que el peregrino está dispuesto a escuchar con la máxima atención para enriquecer sus conocimientos sobre las tradiciones populares a lo largo del Camino de Santiago.
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